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Llegue a una edad donde des-enamorarme ya no duele tanto como lo es pagar mis deudas.
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sábado, 20 de octubre de 2012

LOS CIEN DÍAS DEL PLEBEYO

Una bella princesa estaba buscando consorte. Nobles y ricos pretendientes llegaban de
todas partes con maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos, tronos... Entre los candidatos
se encontraba un joven plebeyo que no tenía mas riquezas que el amor y la perseverancia.
Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
-Princesa, te he amado toda la vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para
darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor. Estaré cien días sentado bajo tu
ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas. Esa será
mi dote.
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar:
-Tendrás tu oportunidad: si pasas esa prueba, me desposarás.
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente permaneció afuera del palacio, soportando
el sol, los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón
de su amada, el valiente súbdito siguió firme en su empeño sin desfallecer un momento.
De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la
princesa, que con un noble gesto y una sonrisa aprobaba la faena. Todo iba a las mil
maravillas, se hicieron apuestas y algunos optimistas comenzaron a planear los festejos.Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo
monarca. Todo era alegría y jolgorio, pero cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo,
ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la princesa, el joven se levantó y,
sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar donde había permanecido cien
días.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la
comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa:
-¿Qué te ocurrió? Estabas a un paso de lograr la meta, ¿por qué perdiste esa oportunidad?
¿Por qué te retiraste?
Con profunda consternación y lágrimas mal disimuladas, el plebeyo contestó en voz baja:
-La princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento, ni siquiera una hora. No merecía mi
amor.
Cuando estamos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos como prueba de afecto o
lealtad, incluso a riesgo de perder nuestra dignidad, merecemos al menos una palabra de
comprensión o estímulo. Las personas tienen que hacerse merecedoras del amor que se les
ofrece.

Extraido: La culpa es de la vaca!

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